11 de septiembre de 2014

Un corazón dispuesto a escuchar


Tenía un poco olvidado el blog, pero lo retomo de nuevo, con esta historia
Cuentan que un psicólogo atendía una consulta en un hospital... sus pacientes eran adolescentes... Cierto día le derivaron un joven de 14 años que desde hacía un año no pronunciaba palabra y estaba internado en un orfanato...

Cuando era muy pequeño, su padre murió... vivió con su madre y abuelo hasta hacía un año... a los 13 muere su abuelo, y tres meses después su madre en un accidente... Sólo llegaba al consultorio y se sentaba mirando las paredes, sin hablar. Estaba pálido y nervioso...

Este psicólogo no podía hacerlo hablar. Comprendió que el dolor del muchacho era tan grande que le impedía expresarse, y él, por más que le dijera algo, tampoco serviría de mucho.

Optó por sentarse y observarlo en silencio, acompañando su dolor.... Después de la segunda consulta, cuando el muchacho se retiraba, el psicólogo le puso una mano en el hombro: "Ven la semana próxima si gustas... duele ¿verdad?..." El muchacho lo miró, no se había sobresaltado ni nada... sólo lo miró y se fue...

Cuando volvió a la semana siguiente... el doctor lo esperaba con un juego de ajedrez... así pasaron varios meses... sin hablar... pero él notaba que David ya no parecía nervioso... y su palidez había desaparecido... Un día mientras el psicólogo miraba la cabeza del muchacho mientras él estudiaba agachado en el tablero... pensaba en lo poco que sabemos del misterio del proceso de curación... De pronto... David alzó la vista y lo miró: "Le toca" - le dijo.

Ese día empezó a hablar, hizo de amigos en la escuela, ingresó a un equipo de ciclismo y comenzó una nueva vida ... su vida. Posiblemente el psicólogo le dio algo... pero también aprendió mucho de él... Aprendió que el tiempo hace posible lo que parece dolorosamente insuperable... a estar presente cuando alguien lo necesita... a comunicarnos sin palabras.

A veces la mejor terapia es la escucha y el proporcionar un clima apropiado para que podamos dejar fluir nuestras ideas, deseos, frustraciones o simplemente a comunicarnos sin palabras, basta un abrazo, un hombro para llorar, una caricia... un corazón que escuche.

1 comentario:

  1. Sentir que eres comprendido es un bálsamo. Es muy injusto añadir más sufrimiento con indiferencia. Pero hay tantas cosas en la mente de una persona que impiden egoistamente ayudar al prójimo. En ese punto inconfesable habita un infierno que tratamos de justificar hacia nos demás con milongas. Es una historia de renacimiento, y de como el que quiere ayudar al igual, encuentra el modo. Da esperanza. Gracias Antonio.

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